Suenan campanas. Viejas heridas empuñan guadianas.
He venido a buscarte.
Pasearemos por el cementerio
Como aquella tarde en Pierre Lachaise,
que es casi una ciudad,
casi un infierno
si no fuese por el latido.
Recuerdo perfectamente las voces del patio de aquel colegio
echando la vista lentamente hacía arriba,
hacía los árboles inmensos que obligan a levantar demasiado el cuello,
como un travelling de muerte.
Qué raro sabe el café después.
Y qué poco importa que estés sorbiendo esa taza en cualquier silla de mimbre
de Paris.
La gente mayor suele fijarse en la naturaleza de un modo particular:
los árboles desnudos de otoño,
las primeras flores,
las referencias a los cambios de estaciones.
¿Y para qué tanta literatura?- interrogaba yo a mi Doppelgänger.
Cuando podrías colocarte en cualquier estantería de un Cash Converters,
descubres la belleza
inerte
del desgaste, de lo viejo, de lo roto, de lo sucio,
del silencio.
De la misma silla en la que siento mi trasero
y que seguirá formando parte de la estética parisina
y nos sobrevivirá,
al menos
un latido más.