Me fascinan las ciudades abandonadas.
Sugerentes en su fantasma
en su secreto
en su impávida fotografía en blanco y negro.
Impertérrita. Impasible. Inconmovible.
Como un buen trauma
Como una estación de tren.
La culpa es de Anna Karenina. De Chernóbil. Del Holocausto.
A medida que me voy haciendo mayor encuentro menos culpables.
Tampoco estoy queriendo sugerir que la culpa es mía
simplemente hace tiempo que (no) me miro
y las heridas están,
las cicatrices son,
y quizá esa sea su irremediable verdad,
la levedad- hay Kundera-, su presencia
no ya como una segunda piel,
sino como la tuya propia.
Todo naturaleza.
Y eso tal vez, sea lo que más preocupa.
Saber hasta qué punto me pertenecen
sin más respuesta
que el eco de mis gritos
entre las calles de cualquier ciudad
asfixiando cualquier posibilidad
de lo absurdo
de lo ordinario que resulta
a veces,
ser uno mismo.
Ya lo decía Barthes,
la tragedia es un largo grito ante una tumba mal cerrada.
Muy buen poema, me gustaron las referencias a Karenina, le da sentido al escrito
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